Vida y arte en "Sésamo" de Miguel Torga
María Noguera Tajadura
En el primer capítulo de su Poética, Aristóteles define las distintas especies de poética (tragedia, epopeya, comedia o ditirambo) como artes imitativas. Esta afirmación se funda en el hecho de que la composición poética emplea el lenguaje como medio para imitar las acciones de los hombres, sean estas esforzadas o de baja calidad, tal como precisa el Estagirita. Desde que Aristóteles ahondó en la relación mimética que existe entre la creación poética y el mundo en el siglo IV antes de Cristo --dejando atrás, no obstante, la concepción platónica de la mimesis como imitación y subrayando, por otro lado, el papel activo de la poiesis como representación--, son muchos los académicos filólogos o críticos literarios que han abordado este tema, algunos con mayor fortuna que otros. Como una nueva evidencia de la capacidad del arte para arrojar luz en las tinieblas, quizá la literatura se haya constituido como el mejor medio, si no para resolver esta encrucijada donde convergen la creatividad y la vida, sí para mostrar sus más diversos matices. En este sentido, el cuento “Sésamo”, que forma parte del libro Nuevos cuentos de la montaña (1944) del escritor portugués Miguel Torga (1907-1995), se adentra en ese terreno fronterizo en el que la realidad parece confundirse con la ficción y al revés. A partir del estudio de este relato breve que narra la decepción de un niño que accede al mundo de los adultos al descubrir que los cuentos no son más que eso --simples cuentos-- se intenta profundizar en el sentido que parece tener el arte para el protagonista de esta historia.